Portugal está caracterizado por una gran complejidad geográfica y cultural. Sin entrar en calificaciones reductoras de su diversidad, aquí se hallan arquitecturas que tienen características cercanas a las que existen en todos los países mediterráneos. Los arquitectos modernos no han proyectado, por previa opción ideológica, teórica o lingüística, una arquitectura mediterránea. Lo hicieron por sensibilidad y capacidad de comprensión de los lugares, de las culturas o de las formas construidas que les han antecedido. Señalaremos, como ejemplo, tres obras: de Eduardo Anahory, la casa Aiola (1960); de Álvaro Siza, el barrio de Malagueira (1977); de Vítor Figueiredo e Jorge Cruz Pinto, la capilla en el Baixo Alentejo (1990-1993). En ellas encontraremos características que las acercan, en muchos aspectos, de las “constantes” de la arquitectura popular mediterránea, señaladas ya en 1935 por Josep Lluís Sert y que nos conducen a la proximidad o hasta pertenencia a un mismo “lugar”, como menciona Ignasi de Solà-Morales. Resulta de la comunión de nuestra historia, del cruce de los pueblos y de sus culturas, de la situación geográfica que, incluso pesando sus diferencias y contradicciones, parece nacer lo que podríamos llamar de Tradición Mediterránea.